martes, 26 de febrero de 2013

Pervertida

Recuerdo cuando era pequeña, tan inocente, tan buena y tan pura. Jugaba con mis muñecas, les ponía vestidos de princesas. La vida de una niña rosada y dulce, una niña e insoportable. Rubia, mejillas rosadas, ojos marrones. Así era yo y así fui hasta el día en el que mi mejor amiga, de dieciséis años, me metió un “piti” en la boca. Esa primera calada que di, me hizo toser y me dio vergüenza.

Después de ese cigarro vino otro, más tarde otro más y luego nos pasábamos el humo del cigarro mi amiga y yo. Un día en una de esas caladas, se nos fue la pinza y llegamos a morrearnos. Me comporté como una auténtica lesbiana.

-¿Eres bollera, Anabí? – me preguntó.

Le respondí que no, pero tenía mi mano en su pecho. Teresa, mi mejor amiga, era mucho más rebelde que yo; ella me había enseñado todo lo negativo de la vida; pero era buena amiga.

Pero volvamos al pasado. Con doce años me encantaba viajar con mi padre, mi primo y mi prima al campo. El olor de la naturaleza, bajar la ventanilla del coche y ver todo lo verde con la brisa fresca en mi cara. Me encantaba el campo, rebozarme en la hierba y correr por los arbustos.

Ahora la única hierba que olía era la marihuana de Jony, un chico medio punky, que en los últimos meses se había convertido en uno de mis mejores amigos. Se hacía los porros como un auténtico profesional: me hacía gracia cuando chupaba el papelillo y lo unía con sus dedos. Al fumarlo me entraba la risa e imaginaba cosas raras pero me lo tomaba por el lado cómico; luego me venía el bajón, la depresión y no paraba de llorar.

Me enfadaba con Teresa y con Jony porque cuando estaba colocada parecía que se reían de mí. Yo encima, en vez de discutir con ellos, llegaba a mi casa y gritaba a mi madre.

-¡Eres lo peor! Todo es por tu culpa, eres la peor madre del mundo – le solía decir.

Realmente había sido una buena madre, no se merecía tener esa hija que tiene. Había luchado por mí con uñas y dientes, y nunca me faltó nada. Y así se lo pagaba.

Mi pelo rubio se había convertido en un pelo feo, sin brillo, las puntas quemadas y abiertas. Y como me pintaba mucho, mi rostro dulce se había convertido en el típico rostro de niñata de dieciséis años, rebelde, con los ojos negros ahumados.

Me encantaba ponerme corsés, mallas, minifaldas. Siempre con mi escote bien colocado y sujetador que me realzaba todo. Aunque lo mejor era mi culo, que con las mallas, se ponía realmente respingón. Me encantaba ser una pervertida, parecía una fulana, pero mi destino no fue encantador, fue oscuro y horroroso, una pesadilla.

Continuará…

An Mauri
Samira Benayad
26/02/2013

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