lunes, 12 de noviembre de 2012

Entrevista a Pedro Fajardo, profesor de Lengua


Pregunta.- ¿Tu nombre es…?

Respuesta.- Pedro. Y, si quieres, añadimos mi apellido por si existe alguna posibilidad de confusión con otros posibles Pedros.

P.-  ¿Tu asignatura es…?

R.- Actualmente, Lengua Castellana y Literatura. Aunque, en el terreno docente, siempre he sido muy aventurero y me he adentrado en cuantas materias me resultaban estimulantes: Taller de Teatro, Expresión Corporal, Comunicación Audiovisual, Redacción de Prensa, Técnicas Bibliotecarias… Eran tiempos en que uno podía proponer asignaturas optativas y los responsables de la Administración Educativa eran receptivos.

P.- ¿Qué te parece nuestro instituto?

R.- Me gusta. Todavía lo conozco poco, pero veo que está bastante bien organizado, pese a la más que evidente carencia de medios humanos y materiales. Me resulta chocante que la televisión emita imágenes de aulas donde los estudiantes disponen de ordenadores portátiles, pantalla digital y otros recursos novedosos porque en la mayoría de los institutos públicos todo eso no es más que ciencia ficción y, en las aulas, sólo contamos con tiza y pizarra. Por otro lado, se nota también la pérdida de muchos compañeros cuya labor era esencial: extraordinarios profesores interinos y especialistas del Departamento de Orientación que han sido sacrificados en aras de un absurdo e injustificable ahorro económico. Las consecuencias de su desaparición las lamentaremos siempre.

P.- ¿Te has sentido bien acogido por alumnos y profesores?

R.- Todos los comienzos son difíciles, despiertan dudas, temores... Sin embargo, al llegar a La Almudena, me reencontré con varios compañeros que formaban parte de esas querencias que, con los sucesivos traslados, uno va abandonando. Esa feliz casualidad atenuó mi “caída” en el centro. Luego, paulatinamente, vas conociendo a nuevos y estupendos colegas, profesionales excelentes a cuya sombra conviene cobijarse por lo mucho que te aportan. Aunque la relación con los compañeros va resultando harto difícil, ya que el aumento de nuestro horario laboral perjudica la necesaria comunicación personal y profesional que debería prodigarse entre nosotros.

P.- ¿Qué piensas de los alumnos de La Almudena?

R.- Voy a serte muy sincero. Hasta ahora siempre he congeniado muy bien con los estudiantes con los que he tenido la suerte de trabajar. Y este año esa afinidad se repite con muchos alumnos, pero también es verdad que hay otro nutrido grupo con los que no he conseguido todavía una conexión estimulante. Creo que estos jóvenes padecen una gravísima dolencia: la ignorancia. Pero no porque no posean conocimientos —en este sentido, creo que todos somos ignorantes—, sino porque no quieren saber. Esa abulia me entristece, sobre todo en los aciagos tiempos que estamos viviendo, porque persistir en la ignorancia les hará menos libres en el futuro y fácilmente manipulables por los responsables de la pérdida de derechos y libertades que estamos ahora sufriendo. «No es vencido aquel que sobre su defendimiento, no mostrando cobardía, hace lo que puede fasta que el aliento y la fuerza le faltan y cae a los pies de su enemigo; que el vencido es aquel que deja de obrar lo que hacer podría por falta de corazón», lo dice Garci Rodríguez de Montalvo en su «Amadís de Gaula» y se ajusta muy bien a la actitud que lamentablemente he detectado en muchos estudiantes.

P.- ¿Consideras eficaz tu método de enseñar?

R.- Creo en lo que hago; si no fuera así, os estaría timando a vosotros y a mí mismo. Mi “método”, como lo llamas tú, tiene puntos fuertes y otros más endebles, pero es fruto de la experiencia, de una constante retroalimentación y de lo mucho que me gusta el trabajo que realizo. Creo que la pasión y el entusiasmo que uno pone en lo que hace, sea lo que sea, se transmite a los demás. Hay una entrañable película de Giuseppe Tornatore, «Cinema Paradiso», en la que Alfredo, un viejo operador de cine, le dice a Salvatore, un joven que sueña con dirigir: «Hagas lo que hagas, ámalo, como amabas la cabina del Paraíso cuando eras niño». Yo intento seguir ese consejo siempre. Por otra parte, la irrefrenable atracción que siento por todo lo teatral tiñe casi todas las actividades que abordo en las clases, aunque no siempre con la misma efectividad.    

P.- ¿Dónde trabajaste anteriormente?

R.- Si nos remontamos a los orígenes de los tiempos, te diré que empecé a los 16 años como auxiliar administrativo en una oficina dedicada a la venta de cemento, mientras estudiaba por las noches. Nueve años después aprobé las oposiciones y comencé un forzado nomadismo por la península y sus islas: Palma de Mallorca, la provincia de Ávila, El Bierzo… Y, tras once años de exilio, me colé en Madrid por Algete, donde trabajé otros tantos años. Los últimos cuatro cursos anduve en el que ahora se denomina Instituto Virgen de La Paloma —ha perdido las siglas I.E.S., entre otras cosas—; de allí ya no pensaba moverme, pero los últimos recortes nos han echado fuera a muchos estudiantes y docentes, que tras dilatado tiempo de profesión, volvemos a ser nómadas de nuevo y a sufrir una inaudita, injustificable y constante pérdida de derechos laborales, como la mayor parte de los trabajadores. 

P.- ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?

R.- Además de disfrutar todo lo que puedo de la compañía de mi mujer y de mi hijo, la mayor parte de mi tiempo libre la derrocho placenteramente en el teatro. No sólo como espectador, sino también como estudiante de arte dramático, como director de  jóvenes con inquietudes artísticas y, sobre todo, como actor. Tenía dieciséis años —y mucho pelo— cuando, por vez primera, asistí a una representación teatral con mis compañeros de estudios; se trataba de «La Celestina», en el teatro de la Comedia, hoy supuestamente carcomido por unas termitas que impiden su reapertura. Y, desde entonces, el teatro prendió en mí con tal pasión que ya nunca me ha dejado. Dice Albert Boadella en su obra «El Nacional» que «El teatro es un oficio de putas, cabrones y maricones, y su grandeza está en que las putas hacen de virgen, los cabrones hacen de héroe y los maricones de don Juan. Ésta es la auténtica magia del Teatro».  Creo que esta cita resume muy bien lo que me aporta la actividad dramática: la posibilidad de ser o de hacer apasionadamente todo aquello que jamás, en mi vida cotidiana, me atrevería a realizar.

Ronald Steven Granda 
12 de noviembre 2012

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