Pregunta.- ¿Tu nombre es…?
Respuesta.- Pedro. Y, si quieres, añadimos mi apellido por si
existe alguna posibilidad de confusión con otros posibles Pedros.
P.- ¿Tu
asignatura es…?
R.- Actualmente, Lengua Castellana y
Literatura. Aunque, en el terreno docente, siempre he sido muy aventurero y
me he adentrado en cuantas materias me resultaban estimulantes: Taller de Teatro, Expresión Corporal, Comunicación
Audiovisual, Redacción de Prensa,
Técnicas Bibliotecarias… Eran tiempos
en que uno podía proponer asignaturas optativas y los responsables de la
Administración Educativa eran receptivos.
P.- ¿Qué te parece nuestro
instituto?
R.- Me gusta. Todavía lo conozco poco, pero veo que está bastante bien
organizado, pese a la más que evidente carencia de medios humanos y materiales.
Me resulta chocante que la televisión emita imágenes de aulas donde los
estudiantes disponen de ordenadores portátiles, pantalla digital y otros
recursos novedosos porque en la mayoría de los institutos públicos todo eso no
es más que ciencia ficción y, en las aulas, sólo contamos con tiza y pizarra.
Por otro lado, se nota también la pérdida de muchos compañeros cuya labor era
esencial: extraordinarios profesores interinos y especialistas del Departamento
de Orientación que han sido sacrificados en aras de un absurdo e injustificable
ahorro económico. Las consecuencias de su desaparición las lamentaremos siempre.
P.- ¿Te has sentido bien acogido por alumnos y
profesores?
R.- Todos los comienzos son difíciles, despiertan dudas, temores... Sin
embargo, al llegar a La Almudena, me reencontré con varios compañeros que
formaban parte de esas querencias que, con los sucesivos traslados, uno va
abandonando. Esa feliz casualidad atenuó mi “caída” en el centro. Luego,
paulatinamente, vas conociendo a nuevos y estupendos colegas, profesionales
excelentes a cuya sombra conviene cobijarse por lo mucho que te aportan. Aunque
la relación con los compañeros va resultando harto difícil, ya que el aumento
de nuestro horario laboral perjudica la necesaria comunicación personal y
profesional que debería prodigarse entre nosotros.
P.- ¿Qué piensas de los alumnos de
La Almudena?
R.- Voy a serte muy sincero. Hasta ahora siempre he congeniado muy bien
con los estudiantes con los que he tenido la suerte de trabajar. Y este año esa
afinidad se repite con muchos alumnos, pero también es verdad que hay otro
nutrido grupo con los que no he conseguido todavía una conexión estimulante.
Creo que estos jóvenes padecen una gravísima dolencia: la ignorancia. Pero no
porque no posean conocimientos —en este sentido, creo que todos somos
ignorantes—, sino porque no quieren saber. Esa abulia me entristece, sobre todo
en los aciagos tiempos que estamos viviendo, porque persistir en la ignorancia
les hará menos libres en el futuro y fácilmente manipulables por los
responsables de la pérdida de derechos y libertades que estamos ahora
sufriendo. «No es vencido aquel que
sobre su defendimiento, no mostrando cobardía, hace lo que puede fasta que el
aliento y la fuerza le faltan y cae a los pies de su enemigo; que el vencido es aquel que deja de obrar lo
que hacer podría por falta de corazón», lo dice Garci Rodríguez
de Montalvo en su «Amadís de Gaula» y
se ajusta muy bien a la actitud que lamentablemente he detectado en muchos
estudiantes.
P.- ¿Consideras eficaz tu método de
enseñar?
R.- Creo en lo que hago; si no fuera así, os estaría timando a vosotros y a
mí mismo. Mi “método”, como lo llamas tú, tiene puntos fuertes y otros más
endebles, pero es fruto de la experiencia, de una constante retroalimentación y
de lo mucho que me gusta el trabajo que realizo. Creo que la pasión y el
entusiasmo que uno pone en lo que hace, sea lo que sea, se transmite a los
demás. Hay una entrañable película de Giuseppe Tornatore, «Cinema
Paradiso», en la que Alfredo, un
viejo operador de cine, le dice a Salvatore, un joven que sueña con dirigir: «Hagas
lo que hagas, ámalo, como amabas la cabina del Paraíso cuando eras niño». Yo intento seguir ese consejo siempre. Por
otra parte, la irrefrenable atracción que siento por todo lo teatral tiñe casi
todas las actividades que abordo en las clases, aunque no siempre con la misma
efectividad.
P.- ¿Dónde trabajaste anteriormente?
R.- Si nos remontamos a los orígenes de los tiempos, te diré que empecé a
los 16 años como auxiliar administrativo en una oficina dedicada a la venta de
cemento, mientras estudiaba por las noches. Nueve años después aprobé las
oposiciones y comencé un forzado nomadismo por la península y sus islas: Palma
de Mallorca, la provincia de Ávila, El Bierzo… Y, tras once años de exilio, me
colé en Madrid por Algete, donde trabajé otros tantos años. Los últimos cuatro
cursos anduve en el que ahora se denomina Instituto Virgen de La Paloma —ha
perdido las siglas I.E.S., entre otras cosas—; de allí ya no pensaba moverme,
pero los últimos recortes nos han echado fuera a muchos estudiantes y docentes,
que tras dilatado tiempo de profesión, volvemos a ser nómadas de nuevo y a
sufrir una inaudita, injustificable y constante pérdida de derechos laborales,
como la mayor parte de los trabajadores.
P.- ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
R.- Además de disfrutar todo lo que puedo de la compañía de mi mujer y de
mi hijo, la mayor parte de mi tiempo libre la derrocho placenteramente en el
teatro. No sólo como espectador, sino también como estudiante de arte
dramático, como director de jóvenes con
inquietudes artísticas y, sobre todo, como actor. Tenía dieciséis años —y mucho
pelo— cuando, por vez primera, asistí a una representación teatral con mis
compañeros de estudios; se trataba de «La Celestina», en el teatro de la Comedia, hoy
supuestamente carcomido por unas termitas que impiden su reapertura. Y, desde
entonces, el teatro prendió en mí con tal pasión que ya nunca me ha dejado. Dice
Albert Boadella en su obra «El Nacional» que «El teatro es un oficio de putas, cabrones y
maricones, y su grandeza está en que las putas hacen de virgen, los cabrones
hacen de héroe y los maricones de don Juan. Ésta es la auténtica magia del
Teatro». Creo
que esta cita resume muy bien lo que me aporta la actividad dramática: la
posibilidad de ser o de hacer apasionadamente todo aquello que jamás, en mi
vida cotidiana, me atrevería a realizar.
Ronald
Steven Granda
12 de noviembre 2012